28 ene 2011

Qué alegría vivir,
sintiéndose vivido.
Rendirse, 
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí,
muy lejos,
me está viviendo.
Que cuando los espejos, los espías,
azogues, almas cortas, aseguran
que estoy aquí, yo, inmóvil,
con los ojos cerrados y los labios
negándome el amor 
de la luz, de la flor y de los nombres;
la verdad transvisible es que camino
sin mis pasos, con otros,
allá lejos, y allí
estoy besando flores, luces, hablo.
Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi silencio;
y es que también me quiiere con su voz.
La vida -¡que transporté ya!-
ignorancia
de lo que son mis actos,
que ella hace,
en que ella vive, doble, suya y mía.
Y cuando ella me habla
de un cielo oscuro,
de un paisaje blanco,
recordaré,
estrellas que no vi, que ella miraba,
y nieve que nevaba allá en su cielo.
Con la extraña delicia de acordarse
de haber tocado lo que no toqué,
sino con esas manos que no alcanzo
a coger con las mías tan distantes.
Y todo enajenadso podré el cuerpo
descansar quieto, muerto ya.
Morirse,
en la alta confianza 
de que este vivir mío no era solo 
mi vivir: era el nuestro.
Y que me vive
otro ser por detrás de la no muerte.


                                     Versos 792-830   
                                     Pedro Salinas.

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