27 feb 2011

Esa inquietud

Me lavanto, me siento, preparo un café, fumo un cigarrillo, me vuelvo a levantar...estoy inquieta.
Quiero escribir, pero las palabras no ecuentran el cauce.
A veces me gusta escribir en la salita, que tiene una ventana por la que entra mucha luz (los geranios están preciosos), a veces prefiero la quietud de la habitación, su silencio, su penunbra, la compañía eterea e intangible que allí tengo... Y el ordenador -que no es portatil- va y viene de un sitio a otro arriesgando en cada traslado su seguridad.
Como yo.
De un sitio a otro, de una parte a otra de mí misma sin saber donde estoy o donde quiero estar y arriesgando en cada ida y venida, la caída que me precipita al vacio, al no-ser.

Paseo por otros blogs, por otras ventanas de otros seres y me sorprende tan ingente cantidad de ventanas y un denomimador común: llegar a otros con la esperanza de convertirse en atractivo objeto de observación.
Pero no es un exhibicionismo gratutito el que hacemos; no es un simple desnudar el alma y la mente esperando que otros, anónimos o conocidos,  nos miren; es una aspiración constante a demostrar que todo lo que ha nacido dentro, hemos sido capaces de transformarlo en algo especial; que hemos sido capaces de compilarlo en palabras, expresiones, textos, que son capaces de transmitir emociones, que lleguen a hacer vibrar algo en el interior del observador. Y la aspiración máxima es que alguien llegue a decir en algún momento: Me gusta, me gustas, me interesa y voy a seguir observándote porque quiero seguir sorprendiéndome con lo que cuentas y cómo lo cuentas.
Pero hay algo más: la inquietud se calma, la desazón empieza a cosumirse en cuanto empiezo a dejar salir palabras, a darles forma, a construir algo con esa sensación interior que me consumía y, al final, he de concluir con que, si bien el hipotético lector se convierte en el alimento de la estima personal, escribir es una necesidad vital para aquel a quien le fue donado ese método como forma de expresión. Aunque nadie llegue a conocer cuanto nació en su interior, porque, si no lo hace, explota, estalla y se consume en sí mismo.
Te tengo a ti. A ti, receptor silencioso y paciente de mi voragine interior. Tú me miras siempre dispuesto a recoger cuanto te dé; incluso mi caos y mis quebrantos y al comprenderlo, al reconocerte tras esa pantalla anodina e imperturbable, encuentro el aliciente que necesito para desparramar sobre ese vertiginoso vacio, el hilo urdido al deshacer la maraña de sensaciones que siguen atascándose con demasiada velocidad, urgiéndome, una vez a más, a que me ponga a desenredarlas.
Y así, entre mi caos y mi lucidez, tu mirada y tu espera, nuestra presencia y nuestra ausencia, vamos haciendo algo que puede llegar a ser maravilloso. Juntos hacia ese Siempre.


 
Un  regalo de Bebo Valdés que quiero compartir contigo.

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