25 feb 2011

Leo fragmertos sueltos de "Conversaciones con Dios" y la mirada se detiene en unas líneas en las que Dios dice: "El secreto de los Maestros: cada vez que elijas, elige lo mismo".
Se repite una y otra vez dentro de mí esa reflexión y se une a ti, al recuerdo de ti. Y me doy cuenta de algo.
Lo que yo elegí fue serte fiel el resto de mi vida, esperar tu regreso.
Muchas veces me turba no sentirme rebosando amor, que mi pensamiento no esté puesto en ti cada minuto de cada día, darme cuenta que no sé si te amo aún o si el amor que sentía murió con el tiempo de ausencia. Entonces me siento culpable, indigna, traidora; sin darme cuenta que la elección de fidelidad nació en el más puro amor, en la manifestación más sublime de amor que se pueda dar, en la más desprendida porque, aunque espera tu regreso, cuenta con la posibilidad de que no se produzca y, aún así, permanece en ti.
Lo que me pregunto ahora es si tú mereces algo así, pero también me doy cuenta de algo. No es tu merecimiento lo que inspiró mi elección, sino mi voluntad. Con todos los errores que haya podido cometer en el transcurso de estos años, el sentimiento que se hizo en mí era amor verdadero y ese, querido mío, no está supeditado al favor del amado, ni siquiera a su correspondencia. Él es, y por ser, es por sí mismo y no deja de serlo por lo que suceda en lo externo. Y no es difícl esa fidelidad, porque el sentimiento de la mujer que soy no entiende otro nombre que no sea el tuyo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario